Dueña de
una belleza única, un pelo largo, negro, imponente. Unos ojos achinados. Una
piel mestiza. Un porte incomparable. Un aire a Pocahontas (así la llamábamos cuando
éramos chicas).
Ella es un
poco de todo en mí vida –por no decir que es todo-. Es mi amiga, mi mejor
amiga, es mi prima porque nuestros padres eran hermanos por elección, es mi
hermana porque nos conocemos y nos entendemos como tales. Es lo más mágico del
vínculo, es tan único y especial que tiene distintas facetas que todas se unen
al final del camino en lo mismo, un amor tan real y puro.
Nos
conocemos desde que nacimos porque venimos con una larga herencia familiar que
así lo quiso. Y nosotras la continuamos por elección, no por obligación.
Crecimos juntas y déjenme decirles, ella no la tuvo nada fácil. De muy chica
vivió uno de los momentos más duros y traumáticos para un chico: la separación
de sus padres. Y para colmo de males, una separación escandalosa. Supongo, que
como a cualquiera que le haya pasado, le habrán quedado secuelas, pero debo
reconocer que si están las oculta (o las sortea) sorprendentemente bien.
Su mamá unilateralmente
decidió convivir con quien en aquel momento fuera su amante, pero terminó
siendo un gran amor. Pongámonos un segundo en ese lugar y entendamos el huracán
que pasaba por su vida con apenas 9 años. Duro, ¿no? La verdad que sí, fue
duro. Gracias a la vida tuvo un Sol y una Estrella que se ocuparon de
protegerla y de blindarla para que las balas no le llegaran. Ellas dos son sus
hermanas mayores, quizás otro día profundice ahí, hoy quiero enfocarme en Ella.
En medio
de todo este desastre familiar su papá, que tanto genéticamente hablando le ha
dado, no manejaba bien esta separación haciendo que la relación sea cada vez
más y más difícil. No podía lidiar con su dolor, su bronca, su fracaso, su angustia.
Y como muchas veces pasa cuando no lidiamos con algo al más mínimo descuido te
vuelve como un boomerang a la cara. Y cuando eso pasaba las nenas sufrían las
consecuencias de un padre frustrado. No me mal interpreten, nunca hubo ni un atisbo
de violencia ni de golpes. Pero sí enojos y gritos, cosas que a un chico le
duelen tanto como una cachetada.
Acá vuelvo
a aparecer yo en escena. En medio de todo este candombe un buen día –más precisamente
una noche- nos juntamos a comer ambas familias, y Ella con ese corazón tan
dulce y grande me invita a que vaya con su entonces grupo de amigas (quienes
ahora también son mi grupo de amigas amadas). Fue tanto lo que nos divertimos y
lo bien que la pasamos que cuando volvimos le preguntamos a nuestros padres si
el fin de semana siguiente podíamos nuevamente. Ingenuos aceptaron. Fueron 7
años de corrido que pasamos todos los fines de semanas juntas. Yo fui adoptada
por la familia como una 4ta hija y como una 6ta integrante del grupo de amigas.
En 7 años
hay 364 fines de semana. Estimando que algunos fines de semana no nos vimos, por
lo que me animo a decir que al menos 315 los pasamos juntas. Es mucho tiempo
pegadas y eso nos enseñó a entendernos y conocernos hasta lo más hondo de cada
una. A Ella no le gusta mucho hablar, y a mí sí. Es una de las tantas cosas en
la que nos complementamos increíblemente bien. Y aunque muchas veces le sigo la
corriente sin hacerla hablar, a veces aplico la misma técnica que mi papá
aplicaba con su papá y le tiro de la lengua. Cuesta, pero habla. Y cuando sé
que no quiere decir algo porque sabe que decirlo es materializarlo, yo lo digo
por ella. Para que al menos lo escuche y de alguna forma le llegue. Y yo sé que
le llega.
Viví con
Ella infinidades de cosas, la ví llorar por necesitar un papá más afectivo, la
ví reír hasta las lágrimas por mandarnos alguna, la ví sufrir por amor y la ví
sonreír por amor, la ví enojarse conmigo por ser a veces muy egoísta o por
poner un hombre antes que una amiga. Hoy más de 10 años después entiendo que lo
que la enojaba era que su mamá ponía un hombre antes que a sus hijas, y ella no
quería que yo hiciera lo que la mamá le estaba haciendo. De cualquier forma,
siempre que ella se enojaba conmigo (que no eran muchas, pero es brava la
chiquita) me daba una pena tan grande en el corazón que recapacitaba lo que
estaba haciendo. No tengo la menor duda que ella me ayudó a trabajar mi egoísmo
y hoy ser mucho mejor en ese aspecto.
Digna de
portar el apellido que lleva tiene un temple y una capacidad de sobreponerse a
los embates de la vida que a mí me resulta absolutamente admirable. Nunca no la
vas a ver sonriendo, o riendo, o diciendo algo lindo de alguien, o contando
algo divertido. Por sus venas corre pura alegría y amor.
El vínculo
que tenemos es tan especial que perdimos a nuestros papás con un día de
diferencia. Más precisamente, horas de diferencia. Cuando estaba llegando a
despedir a su papá, quien como les dije para mí fue un tío y un padre (el árbol
genealógico es difícil, lo sé), me enteré que mi papá se había muerto. Para
cuando llegué a donde estaba Ella, ya lo sabía y vino corriendo hacia mí con
los brazos abiertos para darme el abrazo más fuerte y más sentido que recibí
ese día. Éramos dos corazones absolutamente rotos, abrazados, tratando de sanar
el uno al otro, sabiendo que estábamos de cara a enfrentar el momento más duro
y doloroso de nuestras vidas. Pero en ese abrazo sabíamos (sabemos) que estamos
juntas. Como lo estamos desde 1992 cuando decidió venir a este mundo.
Yo la
admiro desde lo más profundo de mi corazón porque su vida no fue fácil, porque
le tocó bailar al son de momentos duros siendo muy chica, y sin embargo está de
pie, dándole pelea a la vida todos los días, y Ella nunca deja de sonreír.
Ojalá
todos tengan en sus vidas una persona como es Ella, mi mejor amiga, mi prima,
mi hermana, mi bebé. Y ojalá si tengo una hija, sea como es ella.
Te amo
desde 1992 hasta el fin de los tiempos.