martes, 23 de junio de 2020

Día del padre



Eternas fueron nuestras discusiones en relación a este tema. Nunca lograste entender mi postura y siempre lo llevabas al extremo “entonces no festejemos cumpleaños, navidad, ni nada. Que no existan los festejos.”
Hoy tenés que darme la razón que es un día de mierda. Sigo pensando lo mismo que pensé siempre, no necesito un día al año para recordar lo importante que sos para mí y lo agradecida que soy de tener un papá como vos. No necesito comprarte algo para que sientas mi cariño, aunque lo que menos querías eran cosas materiales. Son días comerciales, inventados por la industria en la que trabajo (gracias) para generar consumo y no acercamientos familiares.
Sin embargo, vos sostenías que era un lindo día para tener la excusa de vernos, de juntarnos, de pasar un almuerzo juntos.
Ni antes y ni ahora voy a poder darte la razón porque a pesar que no estés sigo pensando igual. Pero vos sí tenés que darme la razón. Hoy este día lo único que me recuerda es que no estás, que en ese almuerzo familiar un plato va a estar vacío, que te fuiste y no podés volver, no estás de viaje. Simplemente ya no estás –físicamente-. Y claro que eso me duele, y me duele mucho. Porque te extraño, porque te necesito, porque quisiera darte ese abrazo de amor que te daba cuando te veía, porque quiero contarte lo bien que me está yendo en el trabajo, lo que estoy aprendiendo, que la vida me está dando revancha.
Dicen que el primero de cada fecha importante es el que más duele. Hoy creo que lo que más duele es todo el spam que me llega de “Regalale a papá en su día”. En esta era digital todos subiendo las fotos con sus papás celebrando su día. Y yo sólo quiero poder abrazarte una vez más, y no puedo ni voy a poder. Me guardo ese abrazo para el día que nos toque reencontrarnos.
Me gustaría decirles a todas las personas que hoy están distanciadas de sus padres y que hay posibilidad de reconciliación, que no pierdan el tiempo. Pasa todo demasiado rápido y después ya es tarde. Yo no me quedé con ningún pendiente con mi papá. El único pendiente que me quedó fue el futuro que estaba por venir y que no pudimos compartir.
Hoy no te extraño más que ayer, ni más que hace 6 meses. Hoy me acuerdo que no estás, tu ausencia es ese hueco inmenso que nada podría llenarlo porque nada ni nadie puede compararse con vos y con tu amor sin medidas.
Siempre fuimos tan parecidos en tantas cosas que estoy segurísima que todo este maremoto de emociones que me pasan por dentro vos también las sentiste ese primer día del padre sin tu papá. Sé que desde un plano no terrenal estás viéndonos y pensando que esto mismo vos ya lo pasaste, y que no pudiste impedir repetir tu historia. Tus miedos, tus dementores, tus autoboicots te llevaron a hacer lo que no te gustó que la vida te haga a vos. Y no estoy enojada por eso, con el tiempo lo voy entendiendo.
La cabeza nos puede jugar malas pasadas y llevarnos al lugar donde no querríamos estar, y sin embargo terminamos ahí. Pero que lo entienda no quita el dolor que me genera. La impotencia de verte irte, escapándote de mis manos, soltándome sin que yo pudiera hacer nada porque la decisión era tuya y vos ya la habías tomado. No tenías resto, la culpa de ser el único que quedaba vivo te comía por dentro, la falta de tu hermano, perderlo a Sarri de un día para otro, todo alimentaba esos fantasmas. Perdía perspectiva la realidad y cobraba fuerza la fantasía. El fracasado, sin profesión, sin futuro laboral, sin familia ascendiente, el cuerpo castigado, los amigos yéndose de viaje. Un coctel mortal. El desenlace de la historia ya lo conocemos.
Me cuesta aceptar que la realidad sea así y que no haya un final alternativo a esta historia. Uno en el que te curaste, o incluso uno en el que nunca te enfermaste. Donde viviste hasta viejito, conociste nietos, conociste lugares a los que mamá te forzó a ir, cenas con tus amigos que se quedaron acá, extrañándote tanto como te extrañamos nosotros.
Nunca te hablé de tu entierro. Me impactó la cantidad de gente que se acercó a despedirte y a acompañarnos a nosotros en ese difícil momento de decir adiós. Yo te leí una carta, elegí la que creía que representaba mejor todo lo que siento por vos. Esa que te dediqué en tu último cumpleaños haciendo una analogía entre tu vida y las mejores figuras de River. Cuando me paré delante de todos y levanté la cabeza, esa pequeña capilla parecía inmensa, repleta de gente. No soy católica, pero me imagino que así deben ser las misas de Navidad. No miré fijo a nadie, me concentré en agradecerle a todas las personas que se habían acercado un viernes al mediodía a estar ahí. Me salió del alma decir “wow, cuánta gente” porque realmente no acreditaba. Después leí, conteniendo la angustia, el dolor y la tristeza de hablarle a un cajón (con la camiseta de River, por supuesto). Terminé ya casi sin resto y lo abracé a Agustín tan fuerte como pude para calmar ese punzante dolor en el pecho. Lo abracé con la mayor de las penas que sentí en estos 29 años de vida por saber fehacientemente que nos quedábamos sin papá.
Me acuerdo que las veces que pudiste me contaste cómo acompañaste a tu papá en los meses de su enfermedad. Que lo llevaste a las aplicaciones de quimio, que lo cuidaste en el sanatorio, que estuviste al lado de él mientras, como me pasó a mí, se te escapaba de tu vida sin poder convencerlo que se quede. Porque esa puta enfermedad te deja sin tiempo, sin margen de maniobra. Te lleva y te llevó, sin más, sin decir adiós. Simplemente te vas.
Hoy me doy cuenta que hice lo mismo con vos. No porque sintiera que lo tenía que hacer como deber, ni porque sintiera que porque vos lo hiciste yo lo tenía que hacer. Nunca reparé en compararlo porque yo estaba segura que vos ibas a cambiar la historia, te ibas a sobreponer a la enfermedad, ibas a vivir, no me ibas a dejar, no te podías morir.
Te cuidé tu última semana de vida todos los días en el hospital, dándote de comer, ayudándote para moverte, haciéndote mimitos en la panza porque se te retorcía del dolor. Creía, ilusamente, que por ósmosis mi amor te iba a salvar, te iba a curar. Nada podía salir mal porque eras un guerrero de la vida, y con mi amor esa fuerza tenía que potenciarse.
Convencida estoy que todo ese amor te llegó y te caló profundo. Cada mimo, cada gesto, cada momento que estuvimos juntos sentiste todo lo que yo te transmitía. Lo que nos faltó fue tiempo, no amor. Y a veces el tiempo es más importante que el amor. Eso lo entiendo ahora.
El tiempo es esa unidad de medida inquebrantable que no negocia con nadie. Pasa, va pasando, llevándose consigo momentos, historias, personas. Dejando recuerdos, anécdotas que viven y habitan en nuestras cabezas y nuestros corazones, pero que no vuelven. Hasta entenderlo vamos por la vida malgastando ese tiempo, desaprovechando momentos y personas. Más vale ser consciente del aquí y ahora. Entender la finitud que nos rodea. Un día estamos y otro día somos un recuerdo.
Aprendí que no muere quien no es olvidado, que cuando dejas una huella tan fuerte en otra persona y te tienen presente en su vida y en su corazón tu legado sigue existiendo en este mundo. Definitivamente vos dejaste una huella impresa en mí. Como te dije, tu sonrisa te la robé y la uso todos los días porque nuestro parecido físico es innegable. Me miro al espejo y ahí te encuentro, conmigo, sonriéndome y mirándome con esos ojos colores miel sin juicios ni regaños, más bien con mucho amor y orgullo.
Mientras escribo este texto empezó a llover. Elijo creer que sos vos llorando a la par conmigo porque así como a mí me duele no estar con vos, a vos te duele no estar conmigo y es tu forma de demostrarme que nunca quisiste irte ni dejarme. La vida juega su propio juego de cartas y a veces hay que aceptar perder.
Aunque físicamente no estés, estás y dónde esté estarás conmigo.
Felíz día papá. Hoy y siempre, te amo.
Delfi.

Ella – Mi bebé

Dueña de una belleza única, un pelo largo, negro, imponente. Unos ojos achinados. Una piel mestiza. Un porte incomparable. Un aire a Pocah...